Una noche en la Biblioteca Nacional
Por Noche Vieja, Luna, se viste de gata sin dueño, cubre su rostro con un antifaz y trepa hasta el tejado. Recorre las cornisas de la ciudad con paso seguro. No quiere oír el alborozo que llega desde las chimeneas y las aceras, tampoco pierde el equilibrio al volar sobre las luces de neón. Hace frío y el hielo construye toboganes sobre la pizarra que la llevan directamente al nº 13 del barrio de Las Musas.
La cuerda sigue atada a una de las cuatro gárgolas que custodian el cielo del antiguo edificio. Abre el tragaluz y se deja caer suavemente hacia el interior de la piedra. Burla las cámaras de seguridad y se precipita por las escaleras de mármol hacia el sótano. Saca un juego de ganzúas. La puerta no opone resistencia.
Las luces se encienden. Largas avenidas de libros muertos se abren ante ella. El olor amargo de la tinta que sangra entre las páginas, atraviesa el cristal de las vitrinas. Un silencio sacro envuelve la estancia, pero Luna sabe que no durará mucho.
Se dirige hacia la última fila de anaqueles y presiona su mano sobre una lacerada primera edición de la Divina Comedia. El pasadizo está abierto.
Una sonrisa traviesa se dibuja sobre su faz mientras imagina al mundo debatiéndose entre abrazos que buscan la carne más que el calor, las miradas enfermas de abandono y soledad y el miedo a que el mañana sea peor
que el ayer.
Pero Luna sabe cómo evadirse y mantenerse a salvo.
Todo está listo.
Los primeros en aparecer desde los túneles son Congo y Aldabra. La sirena me abraza con fuerza.
-¿Algún problema?
-Ninguno Congo. Los guardias no me han visto. Gracias por las ganzúas -le digo mientras le guiño un ojo.
Toro no tarda en presentarse, me gusta el pañuelo rojo que asoma por el bolsillo de su chaqueta, va a juego con su ojo morado. De su brazo, la impresionante Aniquiladora y la dulce Alna Naif, sonríen orgullosas.
Semilla Negra y su churri asoman la nariz desde el pasadizo, ella está “divinadelamuerte”, un traje chaqueta que deja al descubierto casi todos los secretos de su espalda, mantiene atónito a su marido.
Hoba, Mucha y Mun organizan a los chicos y cambian algunas bombillas por estrellas de “colores”.
Romek y Torcuato se proclaman diyeis. Pinchan canciones que hablan del infierno y de inconformismo.
Laura y Kareog construyen pirámides de cristal por las que descienden cascadas de champagne.
Las gogós Elisa, Oliva, Trini y la abuela Ciber trepan a una mesa, sus tacones de aguja desgarran el corazón de un blues.
Cristalook y Nectar de Lluvia llegan vestidas de invierno. Se han traído un par de amigos que vigilan y aguardan con los motores encendidos por si saltan las alarmas.
Firenze y Encarni buscan algún poeta pirata con el que compartir una botella de ron. Juanjo se presenta voluntario.
La luna de Ío brilla más que nunca, esta noche, ni siquiera el mar se atreve a eclipsar su sonrisa.
Zeltia, Mariola y Alkerme envueltas en plumas negras son las primeras en dejarse llevar por la música. Virgi las busca con la cámara…
Mi querida Ojitos negros llega en el último momento, casi la olvido, y eso que es uno de los mejores regalos que me ha traido el otoño.
Llega la medianoche y los bichos raros brindan por un año nuevo que no conozca el silencio.
Música: Rolling in the deep. Adele