Un día perfecto (2) - Campanilla y otros duendes
Lo mejor de la semana son las visitas a los amigos. Me limpio las rodillas, sacudo mis plumas y lleno mis bolsillos de chocolate para ellos. No es que quiera engatusarles, realmente me gustaría concederles todos sus deseos y aunque pueda hacerlo, lo malo de los sueños es que no dependen de los dioses ni de mí, hay que trabajárselos.
Muy lejos, detrás del bosque sin destino, viven Bías y su esposa Calpurnia. Junto a ellos crecen sus dos hijas, Campanilla y Mina. Mientras me acerco entre las enredaderas hasta su jardín, me estiro el vestido y detengo el tiempo. Bías está en el huerto, vigilando sus plantas mágicas. Cuando me ve, camina hacia mí apoyado en su báculo y me regala un abrazo de color azul cielo. Campanilla llega a saltitos, sus alas todavía no tienen suficiente fuerza para sostenerla, después de un beso con sabor a fresa, revolotea a mí alrededor buscando sus galletas de chocolate.
Bías que es muy listo, desaparece. Calpurnia me abre la puerta de par en par, ofreciéndome todos los colores del arco iris. El verde, el azul, el naranja y mucho rosa bailan a mí alrededor. La casa huele a lilas y a bizcocho recién hecho. Hoy, todo está en silencio, he llegado pronto y la pequeña Mina todavía duerme la siesta.
Pero como siempre Campanilla me busca y me persigue, todavía no he aprendido a abrazarla fuerte, sin embargo ella ya sabe que siempre seré su mejor aliada y cuando me mira, buscando mi complicidad, el alma me estalla de júbilo. Calpurnia va a buscar a Mina y nos vamos a comprar víveres al mercado. Mientras atravesamos el valle me cuenta lo mejor y lo peor de la semana, yo hago más de lo mismo y nos reímos porque a pesar de todo, nos sentimos indestructibles.
Campanilla descubre a un unicornio y se monta sin pensar sobre él, pero no se aleja mucho, los poderes de Calpurnia la mantienen muy cerca de nosotras. De regreso, se queja de lo corto que ha sido el paseo y su madre la consuela con un beso con sabor al viento que te revuelve el pelo cuando galopas entre las nubes. Cuando llegamos a casa, Campanilla y yo jugamos a la cuerda, a los deberes y a las cartas. Por supuesto me gana y otra vez me mira con sus ojos color de otoño y ruego porque no olvide lo mejor de mí.
Por fin, después de varios besos, Campanilla me concede un instante para abrazar a Mina. Bías pasa por la cocina y mira aterrorizado mis malabares con la pequeña. Ella todavía no me conoce y tengo miedo de que no le guste el chocolate, pero cuando aprenda a soñar, prometo regalarle unas alas perfectas.
El crepúsculo se acerca, Calpurnia y Bías charlan en la cocina. Las niñas y yo nos alejamos hacia la laguna. Campanilla juega a salpicarnos y los gritos alertan a las ninfas que no dudan en acercarse y unirse a la travesura. El sol viene a despedirse y regresamos antes de que se oculte.
Después de la cena Bías le cuenta una fábula a Campanilla y Calpurnia canta una canción de cuna para Mina. De nuevo pongo en marcha el tiempo.
El reloj de la cocina me avisa de que la luna va a salir, me despido por primera vez, pero Bías me anima a quedarme y es Calpurnia quien decide retirarse. Respiro hondo y me preparo para una charla con Bías. Intento ser lista pero es difícil. Creo que todavía no he explicado que es uno de los siete sabios de la antigua Grecia, tiene más de mil años y se ganó la inmortalidad después de muchas vidas pías y justas. Por lo cual, cada vez que se sienta ante mí y me mira a través de su monóculo, me siento realmente abrumada.
Lo peor es cuando me marcho y me doy cuenta de que la única que ha hablado he sido yo. Pero aunque él no diga nada, siempre consigue llevarme hasta la respuesta que estaba buscando a pesar de que ya he olvidado la pregunta.