Truenos en el corazón

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Cuando mi bolígrafo Rojo vio el bolígrafo Azul en la vitrina supo de inmediato que sus almas siempre habían estado ligadas por un cordón de cristal.
Enseguida se hicieron inseparables y juntos surcaron los mares de letras de mis cuadernos y escalaron las escarpadas montañas de los libros que aceleran mi latido.
Trabajaron codo con codo y de su tinta no dejaron de brotar senderos hacia la fantasía.
Les gustaba que me equivocara de tapa y ponerse en la piel del otro. A veces se miraban asustados por lo que sentían pero nunca me dijeron nada.

Un día mi jefe me pidió algo con que firmar y confiada le entregué a mi bolígrafo Azul.

-¡Que bien escribe! -dijo mi jefe-. ¿Me lo regalas?
Bolígrafo Rojo tembló en mi mano.
-Claro -le dije sin pensar en las consecuencias de mi traición.

Cuando llegué a casa y abrí el bolso, el llanto carmesí de mi bolígrafo Rojo había teñido todo el interior.
Los días posteriores fueron un infierno.
Rojo se negaba a escribir recto y el nuevo bolígrafo azul era un vago. Lo intenté con el verde y el negro, pero fue inútil. Finalmente Rojo perdió la ilusión y llegaron las faltas de ortografía.
Todo iba de mal en peor. Una noche, Rojo intentó lanzarse desde mi bolsillo al vacío. Quise aliviarle la pena con dos cucharaditas de luna creciente cada ocho horas, pero tampoco resultó.

Como ya no sabía que hacer le propuse que le escribiera una carta e intentaran mantener el contacto.
Rojo se puso de inmediato manos a la obra, esta vez sin faltas.
Le escribió páginas y páginas llenas de palabras bonitas pero bolígrafo Azul nunca contestó más que un par de disculpas insulsas; ahora tenía un trabajo muy importante y compartía cama con plumas de oro y plata, no tenía tiempo para banalidades.

Rojo no se rindió, probó con azúcar y mucho chocolate, le recordó cuantas nubes les quedaban por conquistar y todos los dragones que faltaban por vencer; pero para bolígrafo Azul los cuentos se habían convertido en una carga.

“Estás haciendo el ridículo”, le dijo un día la Goma a Rojo.

Fue entonces cuando sintió los truenos en el corazón y el orgullo envenenó su tinta. Una tras otra, Rojo, fue levantando corazas y murallas a su alrededor hasta que consiguió que el cordón se rompiera.

Azul se sintió aliviado.