Sombras en la luna
La locura se desató mientras se derretía la noche. Lola recogió lo más importante y dejó atrás a su marido y a sus hijos.
Se perdió dentro de una botella de vino envuelta en papel para ocultar la vergüenza, pero por más que lo intentó no supo olvidarles.
Buscó un lugar mejor en los soportales de la plaza Mayor, pero ni siquiera las gárgolas que protegían todas las entradas podían evitar que a veces le ardieran las ideas, que se le rompiera el suelo y que se arrancara el pelo hasta que dejaba de ver a Dios.
Una noche cuatro putas que arrastraban su sombra buscando un blanco sobre el que descargar su furia, le dieron una paliza.
Un joven médico, muy listo, que sabía que Dios no existe, se conmovió y después de un año y tres operaciones que dejaron a Lola sin habla, le dijo:
-Lola, Dios se ha ido. Ya no estás loca. Vuelve a casa.
Pero era demasiado tarde. Hasta la luna había dejado de esperarla.