Mi musa y yo

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No es que fuera una mala musa, sino que me salió un poco rebelde.

Al principio no era muy útil porque se pasaba todo el día en silencio. Por más que yo le preguntara, ella sólo me miraba. Incluso pensé que estaba estropeada. Pero con el tiempo se volvió cada vez más charlatana y exigente. Me obligó a leer, tuve que aprender a escuchar y estudiar matemáticas.

Mientras tanto, ella encontró un trabajo, se enamoró del jefe y se casaron. Fue entonces cuando consideró que era necesario firmar un nuevo contrato de inspiración, en el cual las nuevas condiciones fueron:

  1. Deberás llevar una bolsa de tela siempre contigo y por cada nueva historia que escribas, deberás añadirle un puñado de arena.

  2. Realizarás un estudio sobre otros escritores, observarás sus costumbres, criticarás su método y me presentarás unas conclusiones. Por supuesto deben ser razonadas y brillantes.

  3. Tendrás ocho horas para dedicarlas al trabajo, sólo porque tienes la mala costumbre de comer. El resto del tiempo, escribirás. Aunque sería conveniente que también escribieses antes de ir a trabajar.

  4. Cuando sientas que escribir es como intentar meter a un pulpo en una bolsa de red, cambia de bolígrafo y sigue intentándolo. Tarde o temprano el pulpo se cansará.

  5. Coge todas las obras maestras de la literatura y reescríbelas. Por supuesto tienen que ser mejores.

  6. Es importante que mantengas una imagen. Tendrás que practicar una mirada penetrante, soñar con la muerte, llorar algo más y ser un poco más obsesivo; aunque siempre con una sonrisa en la cara.

  7. Cuando las palabras se retuerzan y te arañen, coge una docena de cabras e intenta atravesar una autopista. Cuando domines a las cabras, dominarás a las palabras.

  8. Si te asalta la vanidad, prepararás una infusión de erizo de mar, la cáscara de tres caracoles, una rama de ortiga en flor y la dejarás enfriar a la luz de la luna. No admite ni azúcar ni otros aditivos. Beber a sorbitos.

  9. Atenderé tus consultas solamente el último minuto, del último día de la luna llena, cuando una golondrina cruce sin mirar atrás el valle sin destino. Sobra decir que me reservo el derecho a responder o no.

  10. Y cuando sepas que la muerte se acerca, escribe más deprisa.

No sé si pueden imaginar , al cabo de seis meses, lo que pesaba esa maldita bolsa de arena, o lo que apestaban las dichosas cabras y ya no hablemos del congelador lleno de pulpos…

La despedí.

¿o es ella la que me echó a mí?