Madre

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Ella era una perdedora.

Nunca tenía tiempo para sonreír, siempre ocupada hilvanando vestidos para muñecas que querían ser princesas, zurciendo abrazos rotos aquí y allí pero nunca a mí alrededor, sin darse cuenta de que yo sólo quería que me cosiera bien fuerte en su borde.

Cuando el sol se asomaba por el balcón del horizonte me enviaba a comprar una botella de whisky para la comida y, mientras caía la tarde, me escondía bajo las mantas para no oír saltar los corchetes que sujetaban supena.

A veces la buscaba entre los pespuntes de sus dedos pero ella escondía las manos recordándome que, si yo no estuviese allí, todo sería de otro color.

Lo peor ha llegado ahora. Se ha hecho mayor y no quiero que se muera sin haberle bordado un beso en el corazón.