Los domingos

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Algunos creen que el domingo por la mañana le gusta dormir hasta tarde, otros dicen que simplemente desaparece entre sus cuentos; pero como con la luna las cosas son más sencillas y los domingos por la mañana acostumbra a limpiar el suelo de su casa.
A diferencia del resto de los días, lo hace a primera hora, cuando los ángeles de la guarda se van a dormir y el aire de la mañana aún huele a estrellas. Así, acompañada del silencio, coge su cubo y su fregona, y recorre las baldosas hacia atrás.

Su abuela insistía en que lo hiciera desde el fondo de la casa hacia la puerta principal, de espaldas, repasando bien las esquinas porque es allí donde se esconden los malos espíritus. Una vez terminada la tarea debía lanzar el agua lo más lejos posible, sin salpicarse los pies.

Pero con el tiempo los malos espíritus se rindieron ante tanta higiene y sólo quedó un tiempo dedicado a ver debajo de la piel, más allá de las excusas repetidas.
Desde atrás revisa los rincones de su memoria, repasa cada pregunta sin contestar y las devuelve a su silencio, con cuidado de no llegar a lo profundo, donde la vida duele como un puñal, donde nada tiene solución.
Busca la cordura en las orillas más alejadas de su corazón porque allí sólo hay arenas movedizas y podría perderse para siempre en un mar de falsas esperanzas.
Se consuela pensando que tal vez, ceder o perder no sea importante para la historia si lo imprescindible se mantiene firme a tu lado.

Al fin, cuando el agua turbia estalla sobre el asfalto, un profundo suspiro la devuelve a la más absoluta quietud y tranquilamente espera volver a empezar en un lunes que ya se anuncia lleno de posibilidades.