La señal

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-Cîri, en este mundo no hay cabida para gente como tu. Lo siento pero ha llegado el momento de ser drásticos. Es por eso que quisiera ingresarte unos días. Ha salido un nuevo tratamiento llamado Realixín y está dando muy buenos resultados con los inadaptados.

A Cîri le tembló el corazón. Miró a su alrededor buscando una señal de que aquel hombre estuviese equivocado, pero entre las torres de libros de psiquiatría y los archivos de almas perdidas, no encontró nada.

Y es que Cîri creía en las señales más que en el destino.

Para ella lo importante era dejarse empapar por las tormentas de verano cuando has perdido la esperanza o conocer el poder curativo de las palabras prohibidas o resolver los acertijos que una mirada esconde en el silencio. Le gustaban las llamadas a media noche que duran horas y sumergirse bajo el agua porque era el único lugar donde el miedo no se atrevía a molestarla. Sabía que los osos polares son zurdos o que las bacterias se multiplican dividiéndose, pero no tenía ni idea de cómo madurar.

Su madre había intentado corregir sus manías enseñándole a calcetar, pero ella seguía saliendo por las noches a pintar peces de un solo color sobre los muros y su alma en las vidrieras de la ciudad.

Nadie se había atrevido a tanto.

-¿Puedo pensármelo? -preguntó Cîri intentando contener el borbotón de lagrimas que le provocaba la idea de no volver a pintar lo que sentía.

-Por supuesto, pero recuerda que es la segunda vez que la policía te detiene por deslucimiento de bienes inmuebles. Una vez más e irás a la cárcel.

Mientras volvía a casa buscando un abrazo donde esconderse, no reparó hasta el último instante en el enorme panel de anuncios que yacía sobre el hormigón de la autopista. Un amasijo de planchas y hierros la esperaban con las fauces abiertas. Su vida no pasó como una película por delante de sus ojos, ni sintió el aliento frío de la muerte resbalar por su espalda, ni siquiera intentó frenar. Solo pensó que sería rápido, pues no llevaba puesto el cinturón de seguridad.

Fue entonces cuando la luna gritó al viento y aquel panel se elevó durante unos segundos como una cometa.

La señal había llegado, Cîri, sí tenía cabida en este mundo.