La mano de cristal

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Para renovar el aire lánguido y melancólico de mis últimos textos, le he pedido a Meizo uno de sus cuentos.

Sólo puedo desvelaros que es un relato elegante, intenso y muy imaginativo, incluso creo que algo insolente. Está claro que el terror (ese que viene del alma) es un género con el que se recrea y disfruta. Y aunque me pone los pelos de punta, su sátira es de lo más estimulante.


Tomás era un vencedor.

Pero no un vencedor cualquiera, era un vencedor de los mejores. Un fuera de serie en todo lo que hacía, todo lo que decía e incluso en las cosas que pensaba. Era el paradigma de cualquiera que quisiera sentirse como el mejor.

Hoy había sido un día especial para Tomás, uno de esos que recordaría para toda la vida, uno de los que le encumbran a lo más alto de todos sus logros. Hoy había conseguido firmar el contrato más importante de su vida, uno con los japoneses, uno de esos de los que suceden, como mucho, diez veces en todo el año a lo largo del mundo. Y sólo él había podido conseguirlo.

Tomás era publicista. Y , como vengo contando, el mejor. Su vida era la publicidad. Vivía, comía, pensaba, cagaba, dormía y follaba con la publicidad siempre rodeándole, creando formas, imágenes, frases y logotipos a su alrededor. Las líneas a su alrededor se deformaban con formas caprichosas que conjugaban perfectamente con el cliente del momento: ahora unas líneas rojas para Coca-Cola, ahora unas blancas para Nike, unas hojas para Adidas e incluso un día de verano una flor que se encontró en un paseo por el campo se convirtió para él en el logotipo de Yoplait. Era, sin ninguna duda, el mejor, pero este último contrato lo había encumbrado al reconocimiento internacional, le daría fama, dinero y algo más de ego. Eran los justos beneficios a lo que hacía, a su trabajo y a su maravilloso instinto.

Después de haber firmado su contrato había ido con unos amigos a celebrarlo, algo así era importante celebrarlo. El alcohol cayó en abundancia y alguna que otra droga de diseño, también. Las horas de la madrugada que lo acompañaron en su camino a casa eran alegres y veía las calles y las farolas como grandes avenidas iluminadas hacia su propio éxito.

Al llegar a su casa abrió la puerta y dejó las llaves en su lugar habitual. El orden era importante en su vida, aún borracho tenía que ser consecuente. Vivía sólo, así que no tendría que rendirle cuentas a nadie por su nocturnidad y su ebriedad. Fue a su habitación, se quitó la ropa y fue al baño. ¿Por qué las meadas de las borracheras suelen ser las mejor consideradas dentro de nuestro diario mental personal? No lo sé, pero esta había sido de las históricas. Después de apretar el botón de la ruidosa cisterna se miró al espejo. Allí estaba él, el ganador, el más grande. Su cuerpo perfecto esculpido por horas de gimnasio y alguna que otra pequeña operación estética, constataba que era imbatible. Su moreno de solarium hacía brillar sus músculos ligeramente esculpidos, lo justo para no parecer un culturista. Su rostro no tenía una especial belleza, pero no tenía ni un sólo defecto. Y los que hubo en su día, ya se habían eliminado con el tiempo y caros tratamientos de belleza. Después de unos minutos de contemplación y en parte por los efectos conjugados de droga y alcohol, llegó a la conclusión de tener ante sí a un ser perfecto. Y como perfecto que era sentía la obligación de tocarlo, igual que las estatuas clásicas del arte griego. Alargó una mano hacia el espejo y el espejo le devolvió el movimiento, las manos se acercaron y se tocaron. ¿Se tocaron? Esto era muy extraño. No había tocado la superficie frio y lisa de un espejo, sino que sus dedos habían tocado otros dedos, calientes, suaves y delicados en su forma. Su primer instinto fue retirar rápidamente la mano y mirar asombrado el espejo. Nada había cambiado, su imagen seguía allí, al fondo del espejo, siguiendo cada uno de sus movimientos con precisión. ¿Qué había sucedido entonces?. El alcohol le había jugado una mala pasada, seguro. Además la última pirula que se tomó no tenía muy buena pinta, parecía diferente a las otras que se había tomado y que apenas había notado. Pero, sin embargo, él no notaba nada, ni la habitación dando vueltas, ni nauseas ni nada extraño excepto una pequeña ebriedad pasajera. Pero si que había notado el calor y la suavidad de otros dedos en los suyos, de eso no había duda. Abrió el grifo y él y su imagen refrescaron su cara con agua, se secaron con la toalla y volvieron a mirarse. Nada extraño sucedió en el minuto en que sus ojos se miraron directamente. Luego fue recorriendo con lentitud todas las partes de su cuerpo reflejado, suponiendo que su imagen estaría haciendo lo mismo. Nada. No había nada especial. Nada que delatará que su espejo fuese una puerta dimensional o algo parecido. Un poco más calmado se decidió volver a intentarlo. Respiró hondo tres veces y acercó lentamente su mano mientras su imagen hacía lo propio. No tenía claro si mirar a la mano o a los ojos de su reflejo, cual de los dos le daría la clave. Escogió la mano. Lentamente, muy lentamente, centímetro a centímetro se acercó al espejo. En el momento del contacto algo sucedió: la superficie lisa y dura se convirtió en una especie de líquido viscoso, transparente y blando, que se hundía bajo su presión. Una vez que la presión cedió volvió a sentir otra vez el tacto cálido de otra mano al otro lado del espejo. Sus ojos no podían apartase del lugar donde su mano había entrado: no veía lo que sucedía al otro lado, sólo su mano que entraba en esa superficie viscosa y nada más. Poco a poco fue levantando la vista siguiendo su reflejo. Todo continuaba igual, el reflejo de su mano extendida hacia su propia mano, tocando el interior del espejo, el brazo en la misma posición que la suya, el torso desnudo con su misma inclinación y su rostro con el que cruzaba su mirada. Nada cambiaba, todos los acontecimientos eran normales, excepto que su mano cruzaba un espejo. Curioso, pensó. Con el paso del tiempo, y al no detectar ninguna amenaza, comenzó a mover los dedos intentando buscar algo, a lo que respondieron los otros dedos desde el otro lado con parecidos movimientos. Acarició con suavidad los dedos, que evidentemente, tan bien conocía y recibió idéntico trato desde su imagen. En ese momento su mente se despreocupó por completo, perdió cualquier miedo y empezó a mover la mano con soltura, al mismo tiempo que miraba a su imagen y sonrió. “Alto, un momento”. Ahora su sonrisa si que no parecía la misma. Una pequeña diferencia, un mínimo movimiento a destiempo, una comisura de los labios sin doblar y el gesto cambiaba completamente. Su sonrisa, la real, era tranquila, relajada y sin preocupación. La de su reflejo era también tranquila y relajada, pero esa pequeña diferencia delataba una maldad inmediata y sin límites. El pánico recorrió su espina dorsal en una décima de segundo. Tenía que quitar la mano. Fue inútil. La mano que antes lo acariciaba al otro lado del espejo ahora lo había agarrado de tal forma que era imposible zafarse de su presa. La desesperación agitó el cuerpo de Tomás como un vendaval, moviéndolo de un lado a otro para intentar quitar su mano de ese espejo maléfico, pero no pudo desplazar su mano ni un milímetro. Después de un rato intentándolo se detuvo y levantó la vista hacia su rostro reflejado. No había ya maldad en él, sólo su propia desesperación. ¿Que había pasado? ¿Esto era un sueño? ¿Se despertaría en su habitación, bañado en sudor y vomitando toda la mierda que se había tomado?. No lo sabía y eso lo hacía hundirse más en su angustia. Un truco de las pelis era pellizcarse para despertarse. Probó a pellizcarse la cara con la mano que le quedaba. No funcionó. Evidentemente era otro truco más de las películas. Definitivamente no estaba dormido. Sólo le quedaba la esperanza de estar colocado y que el efecto se pasase en breve. Durante horas intentó inútilmente desembarazarse del espejo, al mismo tiempo que esperaba despertarse de su estado etílico. Nada sucedió. Eso quería decir que esto estaba sucediendo de verdad, no era ninguna ilusión. Entonces empezó a preguntarse lo que sucedería después. ¿Lo absorbería el espejo? ¿Lo soltaría? ¿Estaría así para toda la eternidad? ¿Que propósito tendría este acontecimiento?. Con todas estas preguntas en la cabeza se apoyó en el mueble del baño y con vista clavada en su propio reflejo fue abandonándose a un sueño semiinconsciente, en el que muchas realidades paralelas cobraban vida y en donde atravesar espejos era lo más natural del mundo para ganadores como él.


Al día siguiente apareció una noticia en el periódico, en primera plana:

“Aparece muerto en extrañas circunstancias el diseñador y publicista Tomás Droner, en su apartamento de la calle Mayor.

Su cuerpo apareció desnudo en el cuarto de baño con una mano fusionada con el espejo del baño. Un ataque al corazón suena como la posible causa oficial de su muerte, pero distintas fuentes consultadas por este periódico afirman que la policía no descarta investigar sobre alguna especie de ritual macabro, ya que su mano, fusionada con el espejo, aparentaba ser de cristal cuando los especialistas lograron sacarla del lugar donde se encontraba. La policía no puede explicar su encierro durante horas …”

Una anciana, que pasaba por allí y vio la noticia, comentó en voz alta:

-¿Y porqué ese pobre hombre no rompió el espejo para poder salir?

Y siguió su camino.