La danza prohibida

- 3 mins read

Existen dos tipos de orquídeas azules en el mundo. Ambas son prácticamente iguales, pero la una es venenosa y la otra puro elixir para los insectos. Pero ellos no saben de diferencias, sólo de vida o muerte, así que jamás se atreven a tocarlas, ni a la una ni a la otra.

Salomé tatuó una orquídea azul sobre su nuca.

En el palacio, emires y visires conocían bien sus peligros, había envenenado a todos los que habían intentado acercarse a sus aposentos.

Durante el crepúsculo, Salomé se vestía de seda y bailaba para los invitados de su abuelo el califa, sus pulseras tintineaban unas contra otras derritiendo los muros de hielo de los ojos que la acariciaban y como la luna, se convertía en puerto para los corazones que navegan a la deriva.

Pero Salomé sólo bailaba para él.

Cada vez que las estrellas caían del cielo les suplicaba a los dioses piedad para su alma, pero él seguía ahí, distante, temiendo por su propia vida.

Una noche, Salomé se lanzó a la muerte.
Cuando los guardias la vieron vestida con siete velos, buscaron al califa esperando una condena para tal ofensa, pero él, que la conocía bien comprendió que aquello era un acto de fe…o quizás de desesperación.

Las monedas de su cintura titilaban como el agua que cae de la fuente, sus brazos se enredaban como el fuego que todo lo abraza y entonces cayó el primer velo.

El segundo velo fue devorado por la mirada infinita de él.

Su vientre dibujó las dunas de su horizonte, su piel se erizó al imaginar las manos de él jugando entre su arena y el tercer velo se desprendió.

Un cuarto velo se deslizó desde sus hombros dejando al desnudo el sendero que baja por su espalda hasta el abismo de su cadera.

Tras el quinto velo sus piernas desnudas se hicieron dueñas de la pasión y el humo de las velas empezó a latir entre él y ella.

De nuevo lo buscó entre las luces pero él ya no estaba, el sexto velo se derrumbó entre los dedos temblorosos de Salomé y antes de que el último velo hubiese tocado el suelo, ya había desaparecido entre las sombras del ocaso.
Se dirigió al laberinto, lo conocía bien, siempre había sido su escondite favorito y nadie se atrevía a entrar desde que un jardinero se perdió en su interior.

Salomé no dejaba de castigarse por haberle mostrado su corazón y se preguntaba qué le había hecho creer que él la amaba…
Los gritos de sus emociones no la dejaron escuchar los pasos que se acercaban por detrás.

-Dicen que trae mala suerte quererte.
-Entonces huye.
Salomé se quedó inmóvil, aferrada a una última plegaria.

-Dicen que ningún hombre conseguirá que le obedezcas.
-Sólo obedezco a mi corazón.

-Me da miedo quererte.
-Me da miedo no tenerte.

Salomé sintió su aliento sobre su orquídea.
-Hablaré con tu padre.

Entonces Salomé se dio la vuelta para comprobar que no soñaba pero él ya se había ido. Aterrada de que todo hubiera sido una ilusión corrió en su busca. No tardó más de unos segundos en encontrarle y cuando lo hizo no pudo evitar tocarle.

Él dejó de luchar y descubrió el elixir de sus labios.