La casa de muñecas

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A las siete el ambiente de la casa cambia. Las niñas a la habitación y madre a la cocina. Padre llega. Las palabras que arañan y quiebran la voluntad se despiertan. Madre está harta, padre calla. Madre sabe que se equivocó, pero después de veinte años, en su castillo de excusas, se han tapiado las salidas. Así que aguanta. Padre no entiende, piensa que ella sólo le quiere torturar. Las niñas salen del escondite y van a cenar. El silencio les muerde.

Las niñas se acuestan y los mayores se golpean.

La mayor le pregunta a la pequeña si duerme y nada le contesta. Oye la cabeza de su madre golpear contra la pared y se mete bajo las mantas. Ya ha aprendido a no necesitar mucho aire, la linterna calienta todavía más su desesperación, la radio, muy cerca de su oído, apenas le deja espacio para pasar las hojas. El cuento que lee se está terminando pero no le gusta, así que no puede dejar de imaginar lo que pasa en la otra habitación.

Empieza y termina otro libro. Son las seis de la mañana, odia el colegio y todavía no tiene sueño, pero las pilas de la linterna se agotan. Alarga el brazo hacia debajo de la cama y una descolorida caracola entra en el mundo de debajo de las mantas.

La apoya en el oído y se duerme escuchando el mar golpeando contra su tristeza.