Escuela de danza
-Una mirada.
Un tango siempre empieza en los ojos.
El piano sentencia la primera nota. Uno… dos… tres latidos… la piel ya no soporta la espera. Por fin… su mano te toca, te arrastra y te salva. Tus pasos son como una larga caricia y te deslizas entre sus rincones como una enredadera. Las cuerdas del violín vibran y se tensan como tu espalda cuando su abrazo te deja caer al abismo de su boca. Las caricias te atraviesan exigiendo tu alma y el universo gira alrededor de tus pies. El deseo te ciñe y dejas de respirar hasta que su aliento te devuelve la vida. Tu equilibrio se rompe y te recuestas sobre su pecho. Su cara se pierde entre tu pelo y tus piernas dibujan corazones sobre el suelo. El ritmo se precipita y el anhelo brilla en tus mejillas.
Pero entonces una sonrisa burlona se asoma bajo el ala de su sombrero y la sospecha te arranca de su abrazo. Te sabe a su merced. Un lamento se dibuja en tu rostro y tu amor se extingue cuando comprendes, que no eres más que el ratón entre las garras del gato. Giras a su alrededor buscando el agravio e imaginando la condena, pero el violín no se conforma y el juego se complica. Sientes sus labios devorando el desdén en tu nuca. Sus dedos sujetan tus muñecas y la pasión se transforma en compasión. La desconfianza se instala y presientes el final.
Herida y aún atados por el último acorde, completas la última pirueta antes de caer vencida a sus pies.
-¡Por Dios! María, sólo tienen siete años… ¿no será mejor preparar un vals para la fiesta de fin de curso?
Una veintena de niñas envueltas en un tutú rosa miraban atónitas, el rostro encendido de la profesora de ballet.