El camino
A veces le gustaba marcharse para darse cuenta que estaba en el lugar apropiado.
Al principio, como no sabía explicar su necesidad de desaparecer, simplemente decía que “se iba a hacer el Camino…”. Pero con los años siguió sin encontrar el modo de explicarlo, así que en su mochila, sus mudas aprendieron a compartir espacio con ofrendas y deseos.
1 vela para el hijo de la Sra. Carmen, para que apruebe las oposiciones para la Xunta.
Un dibujo de cometas de colores para que las pesadillas no vuelvan a colarse en la almohada de Hugo.
1 vela por el marido de Julia, la de la carnicería, para que encuentre el camino al cielo.
Comprar 1 garrafa de agua bendita a la abuela, para lavar los marcos y espantar a las meigas.
Entregar la piedra favorita de Martín a cambio de aprobar las mates en verano.
1 padre nuestro por la hija de Muchita, para que encuentre un amor que le dure y que no duela.
1 rosario nuevo para la tía Fina que el suyo se lo regaló a su nieta el día de su boda y sin él no reza igual.
1 vela por el juanete de madrina.
1 vela por las hijas del Sr. Juan para que no se olviden de invitarle los domingos a comer.
Entregar la sortija de diamantes que venía en la caja de cereales para que a Iria le toque sentarse con Dani en clase.
Con dirección al sol se adentraba en el bosque en busca de un lugar especial donde los pájaros volasen bajito y despacito. Un lugar en que las arañas sólo quieren una vida sencilla y el agua del arroyo está tan fría que hasta las ranas se ponen de color azul.
Cuando lo encontraba, se daba un baño fresquito, rellenaba las garrafas del año pasado y viendo a las estrellas jugar al escondite entre las nubes, esperaba a que llegaran las primeras luces del día.
Entonces cuando el cielo se ponía a la vista entregaba su hoja de papel al viento y esperaba a que cuatro velas, un padre nuestro y una piedra se convirtieran en una mañana soleada, de esas en las que algo te dice que todo irá bien