Ej.1: la vieja

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Abrió los ojos, pero no podía ver. Intentó frotárselos pero su mano apenas pudo moverse. Quiso pensar pero su cerebro tampoco respondió. No recordaba su nombre, ni donde estaba. Palpó a su alrededor, estaba sentada en una silla, pero algo la sujetaba y le impedía levantarse. Pudo oír la televisión y a varias mujeres hablar a lo lejos. Decidió pedir ayuda. Las palabras no salieron de su boca. Solo fue capaz de emitir una especie de gemido que era más animal que humano. El blanco cegador desapareció con el paso de los minutos y percibió varias sombras a lo lejos. De nuevo intentó pedir ayuda. Fue inútil. Durante un segundo se hizo la claridad, reconoció sus manos, estaban arrugadas y sucias, poco a poco empezaban a moverse, recordó que era vieja . Miró su ropa, estaba sucia. Restos de comida se paseaban sobre ella. Intentó quitarse la chaqueta para sacudirla pero una especie de chaleco se lo impedía. Buscó la llave, una cremallera, pero no había nada semejante. Comprendió que estaba atada a la silla. Después de una hora había conseguido sacar los brazos de las mangas del chaleco, pero seguía sin poder levantarse. Sintió ganas de orinar. Gritó con todas sus fuerzas pero lo único que salía de su boca era aquel lamento seco. La ansiedad se desbocó. Ya casi no podía respirar pero con ayuda de los brazos intentó levantarse varias veces más. La silla se tambaleaba y pensó, que quizás, si caía al suelo podría desligarse de sus ataduras. Alguien le dijo. - Para.

Miró a su derecha pero apenas distinguió una figura, intentó tocarla; pero un manotazo en los dedos, la paró en seco. Entonces, se tiró al suelo. Su rostro golpeo contra la baldosa y la niebla se volvió roja. Sintió como su clavícula se rompía en pedazos. Estaba empapada en orina, el olor se le metió en el cerebro. A lo largo de las horas el frío se la fue comiendo poco a poco, empezó por los pies y cuando llegó al corazón, se relajó, por fin iba a morir.

Lo último que oyó fueron unos gritos a lo lejos: - ¡Niñas!, ¡ayudarme!, Isabel se ha caído de la silla de ruedas. ¡Llamar a la doctora, rápido! - Por Dios Isabel, ¿cómo no avisaste?, dijo la enfermera arrodillándose a su lado.

Quiso abrir los ojos pero no pudo. La sangre golpeaba su cabeza con fuerza. Fue el dolor del brazo el que la devolvió a la realidad. El pánico la oprimió. Estaba en el infierno, ahora lo sabía. Vomitó. Un lamento, dos, tres… cien.