Eclipse
Hoy es un día especial para Luna Mentirosa y Meizo lo sabe; así que ha tenido el detalle de hacerle un
regalito.
Aquí os lo dejo, ojalá os guste tanto como a mí.
*** Martes 21 de diciembre. 6:00 de la mañana (5:00 hora UTC). Cabo Finisterre (A Coruña).
Jaime vuelve a entrar en su coche, se sienta en el asiento del copiloto y se frota las manos para espantar el frio que trae del exterior. Por fin ha terminado de montar su modesto telescopio de aficionado para poder ver, durante el poco tiempo del que dispone antes del amanecer, del último eclipse de luna del año y por añadidura, total. Él, por supuesto, no podrá verlo en su apogeo, pero le queda el consuelo de ser de las primeras personas que lo disfrutarán. Por delante aún tiene 25 minutos dentro de su calentito coche, ya que eleclipse no empieza a producirse hasta las 6:28, así también tiene tiempo de leer un rato mientras el telescopiose atempera. Se acomoda en el asiento y coge un libro de astronomía para repasar las efemérides que sucederán en el siguiente año. Jaime es un entusiasta de la astronomía y dedica el poco tiempo que su trabajo de camarero le deja para disfrutar de las estrellas. Con paciencia va apuntando en un cuaderno las citas que podrá disfrutar el siguiente año. Y así pasan los minutos. A las 6:25 sale del coche, se pone sus guantes, su gorro polar y se dirige al lugar donde ha montado su telescopio. Vuelve a realizar la búsqueda de la luna, programa su seguimiento en el panel electrónico y se dispone a mirar. Durante un minuto no sucede nada reseñable, sólo la luna le muestra su brillo pero de repente sucede algo inesperado: el eclipse comienza, pero no de la forma que él se espera. Lo normal sería una lenta transición a sombra por uno de los laterales de la luna. Pero lo que sucedió fue algo diferente: un salto, un cambio brusco como el de los antiguos cines cuando cambiaban de bobina y veíamos esas marcas de control en las esquinas, pero realizado por un mal montador. Un cambio que, imperceptible, dejaba como un rastro en la retina, una sospecha de que algo especial había sucedido. Jaime levantó la vista del ocular y miró directamente la luna. No apreciaba cambio alguno, sólo una débil sombra que empezaba a proyectarse en una esquina de la blanca superficie. Con un movimiento de hombros y pensando que quizás el nerviosismo de la espera le había jugado una mala pasada, volvió a aplica el ojo al ocular y siguió disfrutando del poco tiempo que le quedaba para ver ese eclipse de luna.
*** Martes 21 de diciembre. 6:30 de la mañana (5:30 hora UTC). Metro de Madrid, línea 8.
Los primeros tacones de la mañana tocando sobre el suelo del túnel del metro siempre despertaban a Rogelio. Podían pasar cientos de hombres con sus zapatos caros, sus botas de montaña o sus zapatillas deportivas sin que sus oídos reflejasen ningún sonido, pero era escuchar unos tacones, esos “tacones de amanecer” como él los llamaba, que enseguida daba un salto para incorporarse y poder disfrutar del momento: unas veces era unajovencita que acudía a una entrevista de trabajo y llegaba tarde para el enlace de la línea de metro; otras vecesera una señora anciana, que al golpear de los tacones lo acompañaba con el de un bastón; a menudo eran mujeres de mediana edad, seguramente funcionarias, que caminaban con calma a lo largo del túnel; a veces, muy pocas veces, pasaban mujeres de vida alegre con sus tacones de vértigo, sus medias de rejilla y sus minifaldas espectaculares. Pero la indumentaria o el destino de estas mujeres a Rogelio no le interesaba, sólo le gustaba oír el martillear rítmico de esos zapatos en el suelo. Hoy era temprano, miro su reloj, lo único que le quedaba de valor, y vio que eran las 6:30 de la mañana. Afuera aún era de noche, pero aquí, en el interior del túnel de metro, en el enlace que une las líneas 4 y 8, a la altura de Mar de Cristal, las luces ya se habían encendido para que las gentes que usan el metro a horas tan intempestivas, encuentren un poco de luz a esas horas.
Rogelio era un vagabundo. Pero no era un vagabundo al uso. Sus pasos a través de la vida le habían conducido, de decepción en decepción, hasta este lugar en el metro, en donde llevaba ya dos años. Su vida la resumía él mismo con las siguientes palabras: “Nací rico, crecí inteligentemente, viví con pasión, mirando la luna, y moriré pobre de bienes materiales pero puro de corazón”. Los vigilantes lo conocían y se portaban bien con él, dejándole dormir de vez en cuando en uno de los túneles accesorios del metro, ya que sabían que no era una persona violenta, sólo un loco más. La gente lo llamaba el “vagabundo poeta” y en verdad su maestría con los versos era digna de elogio y le permitían ganarse el dinero con el que poder comer y, de vez en cuando, darse algún capricho, como papel y lápiz para escribir. Sus únicas pertenencias eran un saco de dormir corroído por el tiempo, una mochila con algo de ropa, un cuaderno, un boli y dos viejos libros de poesía, tan gastados que apenas se podían pasar sus páginas: Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y las Flores del Mal de Charles Baudelaire. Sus pasiones: la poesía, la luna y las mujeres. Su sueño: morir tranquilo en una cama. Las pasiones las estaba viviendo intentando conjugarlas a través del verbo dentro de sus poesías. Su sueño, como aún tardaría en llegar, no le preocupaba mucho. Vivía el día a día y para eso no hay sueños de futuro que valgan.
Esa mañana esos primeros tacones no sonaron hasta que estuvieron a su lado. Como de costumbre se despertó y se levantó, pero esta vez los zapatos, las piernas y lo que restaba de la mujer que llevaba esos tacones estaban a su lado. Era una mujer rubia, muy guapa, con los ojos grises más bonitos que jamás había visto. Llevaba puesto un traje de pantalón y chaqueta blancos, unos zapatos negros y el pelo lo llevaba recogido con una coleta blanca casi invisible entre el pelo rubio.
-Hola Rogelio, ¿qué tal la mañana? - al decir esto lo miró intensamente. Su voz era clara y cristalina y no vaciló, como suele hacer la gente que se atrevía a hablar con él.
-Bien, señora - respondió él un poco descolocado. Para él no era normal que una mujer tan hermosa se le acercase tanto, de hecho lo único que se permitía para poder inspirar sus poesías era mirarlas de lejos, bien mientras pasaban a su lado, bien mientras entraban en los vagones del metro, también en la calle mientras paseaba o en el supermercado al hacer la compra o en las plazas donde él pasaba las tardes. Pero nunca nadie se le había acercado tanto.- No sé qué decirle, estoy un poco nervioso. Es usted tan guapa.
Se quedó mirándola un buen rato, mientras ella sonreía, y pensó en cuantas poesías iban a surgir de aquella mujer tan hermosa.
Después de un rato empezaron a surgir preguntas: ¿Quién era aquella mujer? ¿Cómo conocía su nombre? ¿Qué era lo que quería de él?
-Señora, no sé quién es usted, - dijo bajito para no romper la magia de ese momento- pero usted si parece conocerme. ¿En qué puedo ayudarla?
-Hace muchos años que sé de ti, pero nunca me había atrevido a acercarme. - cuando ella habló lo hizo mirándole a los ojos, con un ligero tono nostálgico.- Siempre te he observado de lejos, admiro lo que haces y hoy, por fin, me he decidido a hablarte, a conocerte. Sé que escribes poesías, algunas muy bellas. Hoy quiero que me las leas todas, que me hables de ti, de tu vida, de tu pasado y de tu futuro, de tus sueños y de tus pasiones, de tus luces y de tus sombras. Hoy quiero conocerte, Rogelio, más de lo que te ha conocido nadie. Pero tengo poco tiempo, apenas unas horas. Después me iré y no volverás a verme nunca más, pero te aseguro que tendrás noticias mías en un futuro.
Después de escuchar esas palabras, Rogelio se quedó sin habla unos instantes, pensando que había hecho él para merecer semejante halago. Al final decidió que no merecía la pena preguntarse nada y decidió disfrutar del momento.
-Tengo muchas preguntas que hacerle señora, pero supongo que eso nos haría perder un tiempo precioso, un tiempo por otra parte que no me gustaría que malgastase conmigo- sus nervios empezaron a aflorar en forma de ligero tartamudeo. Sacó su cuaderno, donde anotaba todo lo que se le ocurría y al abrir la primera página su voz se volvió más firme mientras comenzaba a leer:
“Balada de la luna mentirosa
Luna viajera de largos brazos Luna amorosa de corto corazón
Luna mentirosa que nunca me engaña
Luna fiel que me canta sin rencor
….”
Rogelio empezó a desgranar una a una todas sus poesías, sus baladas, sus anotaciones, sus reflexiones e incluso algún que otro chiste picante que había anotado algunas de las esquinas de su cuaderno. Mientras la mujer se sentó a su lado, mirándolo absorta mientras Rogelio recitaba. Desde fuera los viandantes, esos que nunca se detienen, no lograron ver la conexión que se produjo entre hombre y mujer, él hablando y ella escuchando, él con la pasión puesta en su voz y en sus gestos y ella absorbiendo cada movimiento, cada sonido como si fuese la última vez que vería aquel espectáculo. Pero todo en ella reflejaba tristeza, un tipo de nostalgia demasiado profunda para explicarla con palabras.
Primero Rogelio repasó una a una las páginas de su cuaderno. Ella de vez en cuando hacía preguntas interesantes sobre lo que escuchaba: el por qué de alguna rima asonante, como se atrevía con métricas tan dispares, cuál era el verso que más le había costado sacar adelante o como era capaz de escribir en una situación como la suya. Todas las preguntas se fueron contestando y el tiempo pasó.
Después del cuaderno vinieron las poesías no escritas, aquellas que habitan en el corazón y en la mente pero que o bien no se atreven a salir o bien por algún dictamen interno no son reflejadas en el papel. Y fueron muchas las que salieron a las cuales la mujer observó, muy acertadamente, que eran lo mejor de su obra. Y pasaron las horas. Tras las poesías vinieron las reflexiones y finalmente el relato de su vida, el cual la mujer escuchó atentamente, sin hacer ni un sólo inciso. Ella sabía cuando debía y cuando no debía preguntar.
-Y eso es todo señora - dijo Rogelio, poniendo punto final a su historia-. Ya ha pasado mucho tiempo, más de cinco horas y supongo que usted se sentirá cansada. Le he contado mi vida, toda mi vida, mis poesías, mis sueños y hasta lo que llevo oculto en el corazón desde hace años. Ahora me gustaría hacerle una pregunta, una sola pregunta: ¿Por qué yo?
Ella se levantó con dificultad del suelo. Parecía que, en estas cinco horas, había envejecido o que ahora llevaba una carga inmensa en la espalda, que la hacía inclinarse como una anciana. Su voz, al contestar, ya no era firme y clara sino más bien apagada, como dos octavas por debajo del tono habitual.
-¿Por qué tú? La gente como yo no tomamos ese tipo de decisiones basándonos en cuestiones lógicas que tú pudieses comprender. No debo ser yo la que te explique un porqué, ya que tú en tu vida nunca has tenido que explicar esos porqués. Sólo puedo decirte que siempre he estado ahí para ti y siempre te acompañaré, vayas donde vayas. Supongo que decir que has sido afortunado no sería lo adecuado, porque aunque sé que has disfrutado con esta charla tanto como yo, al final no te llevas nada, no hay ningún premio.
-Mi premio ha sido poder disfrutar de sus bellos ojos durante este tiempo - dijo él con el alma en la mano-. Esos ojos nunca me abandonarán y siempre los tendré presentes a la hora de empezar una nueva poesía.
Ahora ella lo miró fijamente a los ojos y con voz firme dijo:
-Eso estaría bien, Rogelio, siempre que pudieses recordarme. Pero dudo mucho que logres saber si he sido una fantasía o una realidad. Ahora duerme y sigue con tu vida ya que yo, para ti, sólo he sido un bello sueño.
Y en ese instante Rogelio cayó dormido a sus pies, mientras los tacones volvían a golpear el pavimento en dirección a la línea 4, pero esta vez sonaban más débiles, como si apenas rozasen el suelo.
*** Martes 21 de diciembre. 3:05 de la mañana (11:05 hora UTC). Observatorio Lick, Monte Hamilton. San José (California)
El astrónomo Tony Misch se disponía a cerrar el cuaderno de anotaciones en donde había ido apuntando todas las observaciones de la noche. Esa noche había sido exclusivamente una observación de un fenómeno bastante habitual, pero que no por ello dejaba de ser especial: eclipse total de luna. Y la posición de su observatorio había sido bastante favorecida, ya que habían podido seguir completamente todo el acontecimiento.
Sólo restaba un último vistazo para ver como la última penumbra desaparecía y dejaba una luna limpia de nuevo. Tony acercó su ojo al gran ocular y observó durante unos instantes. Aún quedaba un resquicio de penumbra. De repente sucedió algo inesperado que le hizo apartar la vista un instante. Una especie de pequeño salto en la imagen, una vibración en la luna. Inmediatamente se le vino a la mente los viejos auto-cines que tanto había frecuentado en su niñez y juventud. Los malos cortadores de las cintas solían cometer ese mismo fallo al hacer el cambio de cinta, exactamente el mismo.
Al volver a mirar la luna ya se encontraba completa, sin penumbra y sin rastro de ningún fotograma cortado por algún loco del celuloide.
“Bah, tonterías” pensó. “La noche ha sido demasiado larga, eso ha sido. Nada más”.
Anotó la última referencia con los datos de las observaciones y cerro su cuaderno. Era hora de dormir. Miró por última vez la luna directamente y se preguntó cuanta gente estaría mirándola en ese mismo instante.
“Demasiados” pensó “siempre son demasiados”
*** Martes 21 de diciembre. 12:37 de la mañana (11:37 hora UTC). Biblioteca Nacional de Madrid.
Los tres ancianos estaban sentados en su rincón de la sala de prensa y revistas de la Biblioteca Nacional, discutiendo como en ellos era habitual. Cualquiera de los tres era por lo menos catedrático de tal y tal departamento, o doctor honoris causa por tal y tal universidad. Y siempre sus conversaciones eran animadas discusiones sobre cualquier tema que ellos llegasen a dominar. Hoy el tema a tratar era el reciente eclipse lunar que había terminado hacía una hora y media y aún no había discusión, sólo exposición de datos.
El más técnico de los tres dio datos sobre su observación y de cómo sería su visibilidad si en esta parte del mundo se hubiese podido disfrutar.
El experto médico llegó a nombrar hasta 16 dolencias relacionadas con las fases de la luna, las estaciones y sobre todo con los solsticios de verano e invierno.
Por último, el historiador empezó a contar una historia:
“Hace mucho, mucho tiempo, surgió una leyenda en una tribu africana, según la cual, en los momentos en que, como ellos dicen, la luna se tapa, ésta dibuja su contorno para engañarnos y aprovecha para bajar a la tierra, disfrazada de mujer bellísima. Y visita a sus amigos, a los que se pasan la noche hablando con ella, a los locos y a los parias, a los que viven de sueños y a los que se alimentan de sus ilusiones. Y ella se empapa de su sabiduría para después, una vez situada de nuevo en su lugar en el cielo, devolver a todos esas ideas en forma de inspiración y esa locura multiplicada por mil, para que sus obras y sus actos sean aún mejores. Eso dice la leyenda. Pero también dice que al que lo visita estará condenado de por vida a vagar buscando un ideal, un imposible que nunca llegará. Y sufrirá por haber compartido sus conocimientos con la Luna Mentirosa, que es como ellos llaman a esa mujer que es la luna encarnada. Pero ella, la luna, sabe que si él descubriese algún día la verdad volvería a hacerlo, volvería a vagar por la oscuridad por volver a ver otra vez sus ojos grises.
Pero esto sólo es una vieja leyenda”.
Meizo