Cuando Lolita tiró la pecera
A la una, la caja de música se abre y la bailarina se pone de puntillas.
Ken, los clips y el soldadito de plomo se esconden tras los patines para verla bailar.
Las zapatillas de ballet van de esquina a esquina haciendo cosquillas al corazón del soldadito de plomo. El sueña con ser el lazo que las sostiene y vivir siempre abrazado a los tobillos de su bailarina.
La luna se refleja en el espejo y las lentejuelas de su tutú brillan como los ojos del soldadito cuando se imagina alzándola hacia las nubes en un perfecto “arabesque”.
Sin embargo, la sonrisa hambrienta de Ken, le recuerda que dos piernas siempre serán mejor argumento que un amor cojo.
Una pirueta tras otra, la rutina del cisne desenreda el terciopelo del suelo de su jaula.
Una pluma se desprende de su horquilla y se duerme mientras cae mecida por la noche.
El soldadito en un arranque de valor intenta alcanzar el tesoro caido del cielo, pero Ken con pocas ideas pero mucho músculo, le pone la zancadilla y salta en busca del premio. Sólo consigue que la mesita se tambalee y con ella la caja de música. Lolita, la Chihuahua, oye ruido y galopa en busca de la causa.
Atrapa a Ken entre sus fauces y lo sacude buscando vida, pero sólo consigue que una pecera vecina pierda el equilibrio y caiga arrastrando con ella la caja de música.
El soldadito de plomo se aferra a su bayoneta y corre a salvar a su bailarina del naufragio.
La sostiene con cuidado, tocarla es como tocar un sueño. En su cabeza desfilan todas las heridas por las que un soldado no se merece las caricias de una chica así.
Ella coge su cara entre las alas y le planta un largo beso en los labios.
Y es que el soldadito de plomo no sabe que cuando una bailarina se enamora se vuelve ciega y tonta, una discapacitada más.