***

- 2 mins read

Lo malo de las claraboyas es que sólo te dejan ver un trocito del cielo, así que Inés tomó por costumbre trepar al tejado para ver la luna. Bajo su reflejo y encaramada sobre la pizarra negra, observaba a través de las ventanas del mundo e inventaba vidas felices. La verdad no sabía si esas personas ya lo eran, pero lo hacía, por si acaso.

Esa noche de julio, subió para no olvidar. Buscó en las heridas de su memoria, cerró los ojos y se dejó llevar. Todos los secretos, las canciones, los mensajes en la arena, el maquillaje barato y los tacones regresaron de golpe.

Pero sus recuerdos siempre terminaban en una curva del camino a la playa.

Lo más difícil había sido reinventarse.

Una nueva amiga, una sonrisa aquí y otra allí bastaron para que nadie dudase de que todo hubiera pasado ya. Era mejor así, estaba más tranquila.

Buscó en su bolsillo la pulsera, pero junto a ella había una tiza. Fue inevitable ponerse a pintar.

-Una por ti, otra para ti y esta…para cuando te vuelva a ver.

Mientras decenas de flores brotaban a su alrededor, le hablaba a la luna, que aunque aquella noche estaba llena de charcos, brillaba como nunca.

Un mensaje entró en el móvil. Respiró profundo y regresó a su habitación.

Mientras encendía el ordenador pensó que lo malo de volver a empezar es que te obliga a cambiar a la fuerza, pero lo bueno es que te permite hacer unos arreglitos y ser mejor.

A la mañana siguiente, cuando bajó para ir a clase particular, no podía creer lo que pasaba, miles de flores blancas caían del cielo. Se quedó quieta imaginando una explicación y deseando que no terminara nunca.

Fue entonces cuando la brisa de levantó haciéndolas bailar a su alrededor.