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-Hola abuela….¿cómo estás?- le pregunté mientras la abrazaba todo lo fuerte que ella podía soportar.
-Hola guapa-, me dijo sonriendo.
Me senté en el borde de la cama y pregunté de nuevo:
-¿Cómo estás?
-Estoy bien, gracias.
Alargó la mano y me apartó el pelo de delante de los ojos, como siempre. Cogió una orquilla de la mesilla y me la dio.
-Póntela que no te veo los ojos.
Me la puse con un gesto cotidiano.
-Mira abuela te traje margaritas blancas, son las que te gustan , ¿no?.
-A mi me gustan todas.
Miró a mi madre.
-¿Me puede traer agua, por favor?, tengo sed.
Yo me eché a reir.
-Abuela , ¿tratas de usted a tu hija?
-No es mi hija, es la enfermera que me cuida.
-Abuela , ¿quién soy yo?- le pregunté con un nudo en la garganta.
-Pues…ahora no caigo.
El día que mi abuela me olvidó se borraron los primeros cuentos, los bocadillos en el parque, los vestidos de lazos y mi bicicleta rosa.