No sé si fue por aquel moratón mientras jugábamos a salpicarnos o si fue porque la hoja de tu espada atravesó todas mis corazas con una sola caricia o si fue descubrir que tus ojos nómadas siempre acaban en mí.
Sólo sé que cuando te veo llegar tengo ganas de cantar bajo la lluvia y de enredar entre tus charcos. Miro el
cielo y me río de las nubes que están por llegar.
Nunca tenía tiempo para sonreír, siempre ocupada hilvanando vestidos para muñecas que querían ser princesas, zurciendo abrazos rotos aquí y allí pero nunca a mí alrededor, sin darse cuenta de que yo sólo quería que me cosiera bien fuerte en su borde.
Cuando el sol se asomaba por el balcón del horizonte me enviaba a comprar una botella de whisky para la comida y, mientras caía la tarde, me escondía bajo las mantas para no oír saltar los corchetes que sujetaban supena.
Nunca me sentí tan sola como cuando el lado izquierdo de mi cerebro me abandonó. Todas las razones, estrategias y ángulos agudos se desmoronaron y sólo me quedaron las palabras.
Mi lado derecho atravesó la pena y se dirigió hacia el caleidoscopio de mi lóbulo frontal.
Craso error.
Todos los diques cedieron y mi pluma se desató.
Las musas se instalaron sobre mis pestañas y se acabaron las peleas entre lo que es y lo que parece. La guerra entre mis ideas y mis sueños no era necesaria, ya no había fronteras de prejuicios que bloquearan el paso a mi delegación de fantasías.
Hay días que se me cae la luna y me busco a tientas entre los escombros.
Hay días que me aferro a esta pluma como un naufrago y bailo entre las líneas de mi cuaderno hasta perderme en la sana locura.
Hay días que las pérdidas ahogan las letras y con un solo golpe de mi goma devuelvo a Dios al mismo cielo y me traslado definitivamente al infierno harta de fingir que no me importa.
Es verdad, es fácil encontrar hadas, sólo hay que seguir el hilo. Pero para encontrar a Senia la cosa cambia.
Por su nombre se rumorea que podría ser de Armenia, pero nada más lejos de la verdad. Sabemos por algunos testigos que la trajo una cigüeña desde el mismo cielo.
Algunos cuentan que creció entre gardenias y poemas pero los viejos del lugar saben que la cosa no fue tan sencilla.
A veces le gustaba marcharse para darse cuenta que estaba en el lugar apropiado.
Al principio, como no sabía explicar su necesidad de desaparecer, simplemente decía que “se iba a hacer el Camino…”. Pero con los años siguió sin encontrar el modo de explicarlo, así que en su mochila, sus mudas aprendieron a compartir espacio con ofrendas y deseos.
1 vela para el hijo de la Sra. Carmen, para que apruebe las oposiciones para la Xunta.
Un dibujo de cometas de colores para que las pesadillas no vuelvan a colarse en la almohada de Hugo.
1 vela por el marido de Julia, la de la carnicería, para que encuentre el camino al cielo.
Comprar 1 garrafa de agua bendita a la abuela, para lavar los marcos y espantar a las meigas.
Entregar la piedra favorita de Martín a cambio de aprobar las mates en verano.
1 padre nuestro por la hija de Muchita, para que encuentre un amor que le dure y que no duela.
1 rosario nuevo para la tía Fina que el suyo se lo regaló a su nieta el día de su boda y sin él no reza igual.
1 vela por el juanete de madrina.
1 vela por las hijas del Sr. Juan para que no se olviden de invitarle los domingos a comer.
Entregar la sortija de diamantes que venía en la caja de cereales para que a Iria le toque sentarse con Dani en clase.
Quién pudiera ser bandida.
Tan imperfecta como un chaparrón en una tarde de verano, con viento en las venas y cuentos de hadas en la cabeza.
Vivir peligrosamente, sin otro anhelo que perseguir el ocaso, en caída libre, con el corazón a salvo tras un muro de soledad.
Rescatando a la luna cuando pierde la cabeza y se lanza al abismo, harta de tanto deseo y tan poca iniciativa.
Trazando estrategias de defensa contra fuegos artificiales y estrellas fugaces. Planeando una noche salvaje en la que poner al día cicatrices y despedidas.
Desde la puerta, las tres lo miramos con empatía.
Los síntomas eran claros: una ventana que llora, la habitación a media luz, el corazón arrugado, el mp3 rayando la misma canción, niebla en los ojos, pérdida de la razón, la voz agonizante, falta de apetito y una mano aferrada a una botella de Dalsy.
El diagnóstico fue evidente. Estaba enfermo de amor.
El mapa de tragedias se desplegó.
Que ya no era tan “amable” como antes… Que se había hecho novia de otro… -¡Menos mal que sólo fueron dos días… si no me muero!
-Que le escribió un poema. -Bueno… lo copié de Internet-; y que, ella, en un acto de traición, se lo entregó a sus amigas y todas se rieron de él.
Algunos creen que el domingo por la mañana le gusta dormir hasta tarde, otros dicen que simplemente desaparece entre sus cuentos; pero como con la luna las cosas son más sencillas y los domingos por la mañana acostumbra a limpiar el suelo de su casa.
A diferencia del resto de los días, lo hace a primera hora, cuando los ángeles de la guarda se van a dormir y el aire de la mañana aún huele a estrellas. Así, acompañada del silencio, coge su cubo y su fregona, y recorre las baldosas hacia atrás.
Llegó el primero, con las ideas claras, con ganas de llevarme al edén; pero apenas nos conocíamos y sus planes se desvanecieron entre las sombras de mi lado oscuro.
En un principio no pude evitar dejarme llevar por su entusiasmo… Era tan encantador, tan locuaz, tan bello… siempre tratando de complacerme a pesar de los avatares de mi caprichosa inspiración.
Recuerdo que me gustaba arrastrarlo por el teclado en busca de la palabra adecuada, del instante preciso, de la emoción más oportuna, del modo apropiado de llegar a un final feliz.