Mafalda y Felipe, Mikey y Donald, Don Quijote y Sancho Panza….yo tengo a Meizo. A él y a darle las gracias quiero dedicar esta primera entrada. Gracias por salvarme de mis atentados suicidas, de mi locura y de mis desastres. Gracias por estar al principio, en la batalla y por seguir estando, aunque la lucha haya terminado. Gracias, gracias, gracias por escuchar. Gracias por ser capaz de leerme el pensamiento. Gracias por compartir. Gracias por creerme. Gracias por mi primer ordenador y todo lo que eso implicó, por alentar mis primeros textos, por los libros, por la música y por tus fotos. Gracias por ayudarme a tomar decisiones, gracias por Luna Mentirosa…sólo espero que te sientas orgulloso. Pido a Dios, encontrar la forma algún día de devolveros a ti y a Almu toda las alegría y esperanza de que cosas increibles pueden suceder.
Abrió los ojos, pero no podía ver. Intentó frotárselos pero su mano apenas pudo moverse. Quiso pensar pero su cerebro tampoco respondió. No recordaba su nombre, ni donde estaba. Palpó a su alrededor, estaba sentada en una silla, pero algo la sujetaba y le impedía levantarse. Pudo oír la televisión y a varias mujeres hablar a lo lejos. Decidió pedir ayuda. Las palabras no salieron de su boca. Solo fue capaz de emitir una especie de gemido que era más animal que humano. El blanco cegador desapareció con el paso de los minutos y percibió varias sombras a lo lejos. De nuevo intentó pedir ayuda. Fue inútil. Durante un segundo se hizo la claridad, reconoció sus manos, estaban arrugadas y sucias, poco a poco empezaban a moverse, recordó que era vieja . Miró su ropa, estaba sucia. Restos de comida se paseaban sobre ella. Intentó quitarse la chaqueta para sacudirla pero una especie de chaleco se lo impedía. Buscó la llave, una cremallera, pero no había nada semejante. Comprendió que estaba atada a la silla. Después de una hora había conseguido sacar los brazos de las mangas del chaleco, pero seguía sin poder levantarse. Sintió ganas de orinar. Gritó con todas sus fuerzas pero lo único que salía de su boca era aquel lamento seco. La ansiedad se desbocó. Ya casi no podía respirar pero con ayuda de los brazos intentó levantarse varias veces más. La silla se tambaleaba y pensó, que quizás, si caía al suelo podría desligarse de sus ataduras. Alguien le dijo. - Para.
El sendero de las colmenas era un camino ya recorrido muchas veces. Pero la pequeña casa de piedra entre los olivos, las enredaderas abrazando las ventanas y las matas de amapolas rojas, le parecieron distintas. Las hojas plateadas ya no cantaban. Las adormideras miraban hacia otro lado. La hiedra ocultaba celosamente los cerrojos.
Cuando entró en la casa no hubo forma de pararlo, una tempestad se desató en su cabeza. Paredes cubiertas de fotos lo miraban desvistiendo su calma, todos los fantasmas exigieron su atención.
Pensó en el cielo y también en el infierno. Finalmente lo había hecho, había roto su promesa. Su maldita moralidad no había servido para nada, sólo era una mentira más. Recordaba las palabras que Violeta le había repetido en muchas ocasiones:
Desde hacía años sólo cenaba una taza de leche caliente con un poco de pan, así que, no tardó más de diez minutos en dejar recogida la cocina. Fue hacia la chimenea y besó la foto de su hijo fallecido hacía veinte años. Mientras la abrazaba, rogó a Dios una vez más que esa fuera la última noche. Apago la luz y se fue a su habitación.
Tengo que reconocer que aunque no la mereciera llegó a ser lo mejor de mí. Tardé años en darme cuenta de lo que tenía a mi lado, pero una vez que lo hice, me convertí en su sombra.
Pero ella era independiente hasta de mí y aunque me duela, llegó a formar parte de la vida de muchas personas. Las mujeres aguardaban en la puerta por si pasaba por allí para invitarla a comer, los niños la iban a buscar para jugar en la playa… ¡era la mejor haciendo túneles hacia el centro de la tierra! Los viejos la esperaban para dar el último paseo al atardecer. No le importaba ni el aspecto ni el contexto, era valiente para ser libre y para disfrutar. Disfrutó tanto, que volvió embarazada. ¡Dos veces!
El despacho del Juez era como esos que salen en las series de abogados: excesivo. Hacía calor pero no me atreví a quitarme el abrigo.
Entró un hombre pequeño, delgado y viejo. Cuando se sentó detrás de la mesa y me miró a los ojos supe que además era sabio. Así que pensé que sólo la verdad podría ayudarme, decidí no mentir.
Enterró su pensamiento en la carpeta que tenía sobre la mesa.
Lo malo de las claraboyas es que sólo te dejan ver un trocito del cielo, así que Inés tomó por costumbre trepar al tejado para ver la luna. Bajo su reflejo y encaramada sobre la pizarra negra, observaba a través de las ventanas del mundo e inventaba vidas felices. La verdad no sabía si esas personas ya lo eran, pero lo hacía, por si acaso.
Esa noche de julio, subió para no olvidar. Buscó en las heridas de su memoria, cerró los ojos y se dejó llevar. Todos los secretos, las canciones, los mensajes en la arena, el maquillaje barato y los tacones regresaron de golpe.